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Es el más temido por los navegantes, pues sopla en dirección contraria a la que lleva el barco. Obliga a cambiar el rumbo a los veleros, a navegar en zig-zag y recorrer muchas más millas que las que separan la distancia más corta entre dos puntos. Cualquier marinero sabe que en algún momento puede encontrarse con viento de proa, lo que le llevará a tomar decisiones rápidas y certeras para neutralizar o corregir en lo posible sus perniciosos efectos sobre la nave. Se sobreentiende que la destreza requerida para pilotar barcos incluye saber enfrentarse a situaciones de adversidad en los elementos, ya sean las corrientes o los temporales. Pues bien, soplan vientos de proa en nuestra economía y en la de nuestro entorno occidental. No es necesario repetir la letanía de causas que los generan ni su procedencia. Tampoco hace falta hurgar en las heridas de la falta de previsión de quien pudo haber hecho algo más para anticiparse. El caso es que la fiesta continuada que hemos vivido desde hace un puñado de años ha acabado. Ahora toca recuperarse, trabajar duro y mantener en lo posible la ilusión de que vuelvan los días de vino y rosas. Porque volverán, no lo duden. A pocas canas que uno peine sabe que la economía es cíclica. No sólo porque lo explican en la Universidad y lo dicen los gurús, sino porque lo ha experimentado en sus carnes.
¿Cualquier líder o gestor empresarial debería tener las competencias necesarias para capear el temporal?, o ¿por el contrario, existen directivos más idóneos para el viento de proa y otros para llevarlo en popa? Aunque existan perfiles que puedan parecer más adecuados para una u otra situación, es necesario que el directivo tenga las capacidades necesarias para saber y poder gestionar las situaciones adversas. Hacer piña de un equipo que se enfrenta a problemas serios, por ejemplo, unirles y reforzar la gestión solidaria de las dificultades será una de las características más valoradas en estos momentos en un buen capitán de empresa. Obviamente es mucho más fácil tener éxito cuando los elementos se ponen de nuestra parte. Sin querer restar méritos a nadie, hay directivos de la última ola que han brillado al albur de coyunturas excepcionalmente buenas, sobre todo en algunos mercados y sectores. No han conocido otra cosa que la abundancia y el crecimiento desmesurado. Algunos han caído o caerán por el camino, como en los pinchazos de las burbujas de internet e inmobiliaria, a las que ahora se suma la del petróleo. Otros, en cambio, apretarán los dientes y demostrarán que su éxito no era flor de un día, fruto de la coyuntura. Se crecerán cuando los resultados comiencen a no acompañar y los nervios proliferen. Darán la cara y tomarán decisiones, por duras e impopulares que resulten. Ejercerán la inestimable capacidad estratégica de anticiparse, de ver las amenazas antes que los demás, diversificar los riesgos y buscar nuevos caladeros de ingresos. En definitiva, se trata de cambiar el rumbo cuando las circunstancias lo aconsejan. Aunque es muy fácil decir todo esto. Lo difícil es hacerlo, o al menos afanarse en intentarlo, con todo el empeño y la inteligencia de la que uno sea capaz.
Haber sobrevivido a una o varias situaciones de crisis es una ventaja competitiva indudable. El espíritu de lucha y de superación frente al feroz viento de proa es una tarjeta de presentación valiosa en los tiempos que corren. No es momento para los cobardes. Así es que, agarre el timón con todas sus fuerzas y que la suerte le acompañe.
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