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Nuestra civilización occidental ha padecido momentos traumáticos a lo largo de su historia que le han dejado huella. Las grandes guerras, las crisis económicas, las catástrofes naturales o las epidemias han marcado el punto álgido de cada desastre, cuyas secuelas permanecen durante años, no solo en el imaginario colectivo, sino en las vidas y haciendas de millones de personas. Nos lo recuerdan estos días expertos de criterio autorizado y respetable, amén de agoreros espontáneos que aportan poco, más allá del miedo. Pero todos coinciden en la nueva era que se abre.
En España, además, tenemos nuestra pandemia particular. Como decía Carlos Sánchez en estas páginas hace unos días al hablar de nuestra economía y nuestros políticos, si nuestro PIB per capita ya distaba 12 puntos del francés y 5 del italiano antes de la Covid-19, el desastre económico de 2020 lo habrá aumentado, con la caída de casi el 11%. A la pérdida de seres queridos, secuelas físicas o psicológicas y dura crisis económica con desempleo alarmante, se une esa exasperante incapacidad de quienes nos gobiernan -o aspiran a hacerlo- para ponerse de acuerdo en lo que de verdad importa. Desde arriba se incita a la división y al enfrentamiento como estrategia para calentar a los ciudadanos en busca de sus enojados votos, apagando los fuegos de las diferencias ideológicas con gasolina.
Para lidiar con este panorama no nos queda otra que aflorar nuestros propios recursos, los que residen en nuestra personalidad. Uno de ellos es la capacidad de adaptación, que nos permite mantener la calma en situaciones estresantes, pensar más en positivo y preocuparnos menos. Todo un tesoro que nos evita pensamientos negativos y sufrimientos innecesarios. Otro es la tolerancia a la ambigüedad, que nos ayuda a vernos capaces de prosperar incluso en situaciones de gran incertidumbre y complejidad, a aceptar que las cosas no siempre son claras, sin que ello nos paralice ni suponga un obstáculo para funcionar.
La capacidad de adaptación y de tolerancia a la ambigüedad son armas utilísimas para sobrellevar el nuevo horizonte. Pero hay otro tipo de ayuda que nos vendría de perlas: encontrar, cuando miramos hacia arriba, a líderes políticos o empresariales, de cualquier tipo de organizaciones, que consigan inspirarnos confianza, seriedad y sensatez. Líderes adecuados para tiempos de desencanto, que transmitan propósitos útiles, deseables y comprensibles por todos. Cosas sencillas, aunque no todas fáciles, como las que indico a continuación.
Contar la realidad sin tapujos. Ocultar la realidad o tratar de camuflarla, por dura que sea, no la va a cambiar. La verdad es testaruda y termina por imponerse, mientras que la mentira tiene las patas bien cortas. Hay que llamar a las cosas por su nombre, exponiendo la situación con naturalidad y realismo. Las personas maduras agradecen que se les trate con madurez.
Transmitir ilusión por el futuro. Los anglosajones usan a menudo el verbo inspirar asociado al liderazgo deseable, inspirador. La vida continúa para los que estamos aquí, a pesar de los pesares. Superar la adversidad es un todo un reto y el hecho de intentarlo es una palanca de motivación para muchas personas. Este difícil tiempo que vivimos se sobrelleva más fácilmente si el porvenir es alentador. Los líderes creíbles saben transmitir ilusión cuando hablan del futuro -y cuando demuestran trabajar para mejorarlo, claro-.
Mostrar un espíritu conciliador. Los planteamientos radicales son poco apropiados para tiempos de desencanto porque, entre otras cosas, no conducen a nada constructivo. Generar amplios consensos es una necesidad imperiosa, mientras que atrincherarse cargado de razones y posturas extremas es, como mínimo, poco inteligente y nada práctico, por mucho que a algunos se lo pida el cuerpo. Y hacerlo, además, perdiendo las formas es el peor ejemplo que puede darse aguas abajo. Es compatible ser firme y respetuoso a la vez. No por gritar más se lleva más la razón ni por acusar a la ligera se consigue la condena del oponente.
Apelar al esfuerzo y dar ejemplo de ello. El movimiento se demuestra andando y el compromiso, esforzándose, es algo que todo el mundo entiende. Trabajar tan duro como el que más, codo con codo, es una de las cosas que más credibilidad otorga al líder y le legitima para apelar al esfuerzo colectivo, condición indispensable para elevar el listón caído que ahora tenemos.
Cumplir los compromisos para generar confianza. Ya hemos tocado este tema en artículos anteriores. La generación de confianza es otro activo fundamental para el líder en su misión movilizadora de voluntades. Faltar a la palabra dada, mentir, incumplir los compromisos y hacer lo contrario de lo que se dice son comportamientos que deberían descalificar a cualquier líder. Incomprensiblemente, en política parece no ser siempre así.
Superar grandes adversidades requiere de una buena dosis de talento y voluntad. Y, aunque no haga falta ser un genio, voy a terminar aludiendo a uno de los más grandes, que soportó lo insoportable en su vida para terminar triunfando como pocos. La frase de Beethoven resume muy bien algunas de las cosas que más echamos de menos, dos siglos más tarde: “hacer todo el bien posible, amar la libertad por encima de todas las cosas y, aun cuando fuera por un trono, nunca traicionar a la verdad”. ¿Habrá alguien que tome nota?
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