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El pasado annus horribilis 2020 que por fin acabó, nos ha dejado un panorama bastante desolador. Por hablar de nuestro país, el estado anímico del español medio no está para tirar cohetes, que digamos. Y razones objetivas no faltan. Alguien comparaba nuestra situación depresiva nada menos que con la España del 98, tras la pérdida de los últimos territorios de ultramar, en medio de aquel caos político, social y económico. Pero no hay que exagerar (o, ¿quizás sí?). Ahora no hay colonias perdidas, ni terrorismo anarquista -aunque sí de otros tipos-. Ahora tenemos instituciones y organismos europeos que nos protegen, tutelan y administran -gracias a Dios-, y hemos superado el doloroso enfrentamiento civil para siempre -o eso creíamos-.
Basta leer la prensa internacional para encontrar opiniones muy negativas sobre la gestión política y sanitaria de la pandemia. El ciudadano medio asiste perplejo a un espectáculo de sonrojo, incluido el desprecio a instituciones que garantizan el equilibrio democrático -el Poder Judicial-, o que simbolizan nuestra unión y nos prestigian internacionalmente -nuestro Rey-. Pocos entienden fuera de España este sainete, como tampoco lo entendemos muchos aquí dentro.
Afortunadamente, en medio de esta crisis mayúscula, han aparecido noticias en los últimos meses que nos confortan en la confianza hacia nuestros gestores. Eso sí, me refiero ahora a otra clase de gestores, los empresariales, que siguen alcanzando la cúspide de compañías multinacionales extranjeras en las que la meritocracia lleva tiempo instalada. Los dos siguientes, además, están en el sector al que se dirigen todas las miradas: la salud.
El caso de Belén Garijo es impresionante, para quitarse el sombrero. La española liderará como CEO, a partir de mayo próximo, nada menos que la alemana Merck, una de las mayores compañías químico-farmacéuticas del mundo, con sus 57.000 empleados en 160 países. Broche de oro para una brillante carrera y todo un espaldarazo para la primera compatriota en dirigir una compañía del Dax 30 alemán.
Sin salir del sector de Healthcare, con el nuevo año Iñaki Ereño acaba de tomar las riendas como CEO de BUPA, gigante mundial del cuidado de la salud y los seguros médicos, matriz de Sanitas. Desde su sede británica dirigirá a los 83.000 empleados que prestan servicios a 33 millones de clientes repartidos por 180 países. En los últimos años, con Iñaki como CEO, su equipo ha convertido a Sanitas en un best-in-class de su sector, una referencia en el cuidado de la salud, la innovación y los servicios digitales.
Si en España ya teníamos excelentes CEOs de nuestras multinacionales, con estos dos casos aumenta la nómina de primeros ejecutivos españoles que lideran compañías globales extranjeras -doble mérito-, como HP, PepsiCo, IAG, Radisson Hotels o Standard Chartered, entre otras. Habría que sumar muchos más si añadimos directivos que ocupan posiciones de alta responsabilidad y alcance internacional, ya sea en áreas funcionales o de negocio, en compañías como Facebook, Google, Airbus, Ikea, Coca Cola, LG, Renault, Opel, Primark, IBM, Johnson & Johnson, Microsoft, Citigroup o Avon por citar algunas más conocidas. Líderes que triunfan más allá de nuestras fronteras, en un mercado global que difumina cada vez más las diferencias locales y en el que los directivos españoles tienen un magnífico cartel.
En un entorno de enormes retos y dificultades, aumentados ahora por la complejidad e incertidumbre añadida por la Covid-19, hay que descubrirse ante quienes llegan tan arriba a base de mérito. Nada es gratuito en ese mundo corporativo de tremenda exigencia, como saben bien quienes lo conocen, en el que las decisiones de nombramientos como estos solo son posibles si están basadas en la excelencia en el liderazgo: capacidades, duro esfuerzo y magníficos resultados.
Hace años escribí sobre el abismo que comenzaba a abrirse entre la calidad de la clase dirigente empresarial y la política en nuestro país -con honrosas excepciones que están en la mente de todos-. Me preguntaba por qué dos de las manifestaciones de liderazgo organizacional más representativas, en el entorno público y en el privado, podían tener evoluciones tan dispares y qué habría que cambiar para evitarlo. Pues bien, solo hay que echar un vistazo a nuestro alrededor para comprobar que, años más tarde, el abismo comienza a convertirse en una distancia interestelar.
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