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Esta Navidad he leído un magnífico libro que me recomendó un amigo: Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig, en la cuidada edición de El Acantilado. Se trata de catorce deliciosos relatos que narran otros tantos momentos clave que incidieron de manera determinante en el curso de la Historia. Unas veces son acontecimientos fortuitos, inesperados, casi mágicos. Otras, son fruto de la decisión firme y valiente de personas admirables, de profundas convicciones e inquebrantable voluntad. Pero siempre son instantes que marcan un punto de inflexión y ocasionan cambios de rumbo -a veces descomunales- en el devenir de los tiempos.
Me permito traer a colación esta recomendable lectura pues me ha recordado -salvando las distancias- el impacto que a veces puede producir en la trayectoria de un profesional esas situaciones repentinas que pueden modificar para siempre su rumbo o evolución.
Seguro que todos recordamos cuáles han sido los momentos estelares en el desarrollo de nuestra carrera. Pues bien, si reflexionamos sobre ellos, seguro que encontraremos algunos como fruto aparente del azar, de situaciones accidentales que simplemente nos parecían como "caídas del cielo". Otros, en cambio, los momentos estelares realmente satisfactorios, los que nos hacen sentirnos orgullosos, son aquellos que surgieron de una decisión valiente y que nos parecía arriesgada, los que nos hicieron salir de nuestra zona de confort y aceptar retos que aunque difíciles, en el fondo nos parecían coherentes con nuestra propia visión de carrera.
Zweig, al contar el descubrimiento del Océano Pacífico dice, refiriéndose a Núñez de Balboa: "No hay mayor felicidad en el destino de un hombre que la de, en la mitad de la vida, en la edad adulta, en la edad creadora, haber descubierto su misión", y fruto de ello, podemos añadir, atreverse a una aventura que le inmortalizó y cambió el curso de la Historia.
Indudablemente estamos ante un caso muy singular. No se trata de que en nuestras empresas proliferen hoy los héroes históricos como champiñones. Pero, desgraciadamente, predominan más de lo deseable actitudes poco parecidas a esta clase de gestas. Mi crítica va dirigida contra el pasotismo tan en boga, contra la mera reactividad que tanto frena el progreso de los profesionales y sus organizaciones. A la hora de la verdad, en el fondo de nuestro corazón, esperamos ese golpe de azar que nos sirva en bandeja aquello que ansiamos y que no buscamos con empeño y tesón suficiente. Cuántas veces nos limitamos, de manera conformista, a confiar en la providencia sin recabar en que ésta suele venir como resultado de la preparación concienzuda y el duro trabajo.
Es cierto que Constantinopla cayó en poder de los turcos aparentemente por azar: un olvido había dejado abierta la kerkaporta, una pequeña puerta en las murallas de la ciudad. Pero también es cierto que Mehmet llevaba meses entrenando minuciosamente a su ejército y planeando un certero y definitivo golpe a Constantino y con él al último vestigio del Imperio de Oriente.
Tratemos de propiciar los momentos estelares en nuestro desarrollo profesional con voluntad, audacia y ahínco, e intentemos manejar el timón de nuestra carrera con seguridad y convicción. Tener iniciativa, tomar decisiones y asumir retos y riesgos, significa actuar como emprendedores, algo tan valioso hoy como en la época de las carabelas.
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