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Mi amigo acaba de cumplir su sueño a los 70 años. Lo había deseado desde siempre, al menos durante los últimos 20 años que le conozco. Me dio la sorpresa hace unos días. En su garaje lucía por fin el anhelado deportivo, insólito en estos tiempos duros, aunque con especial significado en su caso. Me encantó verle mostrar orgulloso y rejuvenecido su funcionamiento, con la felicidad del niño que estrena zapatos. Hablaba de la sensación de conducirlo y se le escapaba la risa de pura alegría. Un sueño hecho realidad a una edad en la que los caprichos no satisfechos se convierten en urgencias.
¡Cuánto se disfrutan las cosas deseadas que se hacen de rogar! Diferir el premio permite anticipar el deseo, experimentar la ilusión previa de conseguirlo. Mi amigo disfrutó lo suyo imaginando su coche. Esperó años, leyó revistas y webs, visitó concesionarios, consultó precios, modelos, color, financiación...dosificó su expectativa hasta decidir el momento de convertirlo en realidad.
Recordé el famoso experimento de los caramelos y los niños de Daniel Goleman en la década de 1990: elegir una golosina ahora mismo o varias dentro de un rato. Quienes optaron por esperar para recibir mayor premio más tarde llegaron más lejos en sus vidas. No sé cuántos aceptarían esperar hoy, con esta filosofía de lo inmediato que nos invade y atrapa. Lo instantáneo triunfa en el logro, en la comunicación, en el disfrute. Conseguirlo pronto y rápido; la satisfacción ipso facto produce doble placer.
También ocurre en las empresas. Nula paciencia para aguardar a que los resultados aparezcan. Insignificante margen temporal asumible para que los equipos trabajen, los proyectos consoliden y los números afloren: el cortoplacismo como norma, cuando no como obsesión.
Exacerbada por la crisis, la presión de corto plazo asfixia a tantos directivos, urgidos por entregar resultados inmediatos, aunque hipotequen con ello un mañana que a pocos parece importar. Esperar al incierto y caprichoso futuro se entiende como un lujo o también como una quimera.
Ante este panorama, prefiero quedarme con la actitud de mi amigo a los 70 y con el renovado brillo de sus ojos frente a su recompensa, tan largamente deseada.
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