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Volver la vista atrás de vez en cuando es una estupenda oportunidad para tomar la perspectiva real de las cosas; distanciarse del presente y analizar con algo de pausa y sosiego lo que ha ocurrido.
Volver la vista atrás de vez en cuando es una estupenda oportunidad para tomar la perspectiva real de las cosas; distanciarse del presente y analizar con pausa y sosiego lo que ha ocurrido. Es también una ocasión para valorar los hechos como parte de una trayectoria, que termina por arrojarnos un inevitable balance.
Y para contrastar ese saldo con la situación inicial, que vemos difuminada con el paso de los años y con un toque de nostalgia y añoranza, por qué no decirlo, como en el tango de Gardel: "Volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien".
Celebramos los veinte años de existencia de un diario que nos ha acompañado fielmente cada mañana al llegar a la oficina. Con él ha transcurrido un buen pedazo de nuestra vida profesional, en la que ha habido de todo. Si miramos hacia el campo de la gestión, y más concretamente a ña de personas, -ese "recurso" que tiene cara y ojos, siente y padece, se esfuerza o aletarga, se ilusiona o pasa de todo-, el balance tiene que ser más que positivo, por las razones a las que me refiero a continuación.
En 1986, la función de personal, o de recursos humanos como empezaba a denominarse, estaba muy centrada en los aspectos de la negociación colectiva, la administración y gestión de las condiciones laborales.
Habían pasado sólo seis años desde que el estatuto de los trabajadores había visto la luz, fruto de un admirable proceso de concertación, buena muestra del espíritu de concordia política y social reinante tras la aprobación de la Constitución del 78. Desde entonces, aunque se han producido algunos altibajos y picos de conflictividad coyunturales, es justo reconocer que el marco laboral y la responsabilidad de los agentes sociales han sentado unas bases y permitido una estabilidad fundamentales. Gracias a ello la vida de las empresas se ha desarrollado y ha contribuido notablemente a aumentar la riqueza y el progreso de nuestro país.
Fruto de este período ha sido también un concepto de reciente creación: el denominado "capital humano", que pretende aflorar el valor del talento para unirlo, junto a otros intangibles, a los recursos económicos y tecnológicos. Aunque la introducción de este concepto ha sido lenta y paulatina, hoy los discursos tienen incorporada la necesidad de invertir en talento y de desarrollarlo.
Y, lo que es más importante, cada vez más compañías están pasando del discurso a la acción. No son mayoría, pero las que lo van haciendo de verdad, se dan cuenta de la ventaja competitiva que adquieren. Otros países lo descubrieron hace tiempo. En España, más tímidamente, en estos veinte años ha crecido y mejorado la demanda, y por tanto la oferta, de servicios de formación y consultoría para el desarrollo personal y de la organización, que han ayudado a reforzar las capacidades de los profesionales. Hay que destacar aquí el papel de algunas filiales de multinacionales extranjeras, por las firmas de consultoría, y sobre todo por nuestras escuelas de negocios, especialmente el IESE, ESADE e IE, que se han ganado el derecho a disputarse los puestos de cabeza en el escenario internacional.
Como consecuencia, los directivos españoles alcanzan posiciones de más relevancia en los órganos de decisión de multinacionales, y su valoración gana prestigio. Pocos podían sospechar en 1986 que determinados puestos tan selectivos serían ocupados por españoles.
Y menos aún adivinar que algunas empresas españolas se convertirían en multinacionales que tutearían sin complejos a consagrados colosos intocables hasta entonces. Esto ha sido posible, en buena medida, gracias a las virtudes tradicionales del directivo español (intuición, creatividad, valentía ), pero también por su capacidad de adaptarse y asimilar los tiempos, actualizar sus conocimientos, entrenar y desarrollar habilidades, y sobre todo demostrar la voluntad de lograr unas metas más ambiciosas.
Creo que la comunidad española de profesionales y directivos puede estar orgullosa de estos años. Sentir la satisfacción de haber crecido como lo hacían sus organizaciones. Sentir que no puede detenerse demasiado en la autocomplacencia, hay que darse prisa y hay mucho por hacer. "Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada". Así es que manos a la obra, y muchas felicidades para los próximos veinte.
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