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Seguro que el veterano cantante británico Bill Fay no estaría pensando en esta pandemia cuando publicara hace ocho años su preciosa canción “The Healing Day” -El Día de la Sanación-, que les recomiendo. El tema dice cosas como “cuando todo se derrumba estará bien el día de la sanación… en un lugar donde juegan los niños… un día que llegará para quedarse”. No está mal como expectativa en estos precisos momentos. Fay crea músicas y letras melancólicas, emotivas, muy apropiadas para estos tiempos de tristeza y esperanza.
Tras superar el mes y medio de estar confinados en esta pesadilla, nuestras emociones no pueden ser más contrapuestas. Sentimos por un lado la imperiosa necesidad de pensar en el futuro. La simple idea de recuperar el pasado más reciente se convierte en toda una aspiración colectiva. Recibimos videos de consuelo en las redes sociales que nos aseguran que, antes o después -ojo al matiz- volveremos a viajar, pasear e ir de compras, reunirnos en bares y restaurantes, ver un partido o dar una vuelta en moto. Necesitamos estímulos que mantengan activada nuestra motivación y nada mejor que nuestros pensamientos pues, somos, en buena medida, lo que pensamos.
Pero, por otro lado, algo nos dice que no merece mucho la pena pensar en un futuro caprichoso, que manipula a su albur nuestro insospechable destino. Hasta ahora, el ansiado alargamiento de la vida dependía de tener hábitos saludables, evitar riesgos excesivos y disponer de buenos sistemas de prevención y salud. Ahora, el azar del contagio viene a poner esto patas arriba y nos recuerda nuestra condición de mortales que hay que aceptar con realismo; el final es una parte más de la vida.
Afortunadamente, nuestras empresas optan por lo primero. Están pensando en el futuro, haciendo sus planes y deseando ponerlos en marcha cuanto antes. Más nos vale, porque son ellas las que nos van a sacar del agujero, creando el empleo y la riqueza que tanto necesitaremos y asumiendo riesgos por ello. Ojalá nuestros gobernantes también estuvieran pensando en el día de la sanación y la reconstrucción como un empeño colectivo, al que dedicar el mejor talento posible, esté donde esté, olvidándose de ideologías y centrándose en el pragmatismo.
Lo contaba mi amigo Tomás Pereda hace unos días en un acertado video en las redes sociales dirigido al Presidente del Gobierno, pidiéndole que evitara el síndrome de la “superioridad ilusoria” y se dejara ayudar por quienes más saben y además desean el bien de España. Si la gestión de la crisis sanitaria está requiriendo todo el talento y esfuerzo de expertos científicos y médicos -otra cosa es cuánto se sigan sus recomendaciones-, la gestión de una crisis social y económica como la que tenemos encima va a requerir toneladas de inteligencia para afrontarla, junto a un propósito de concertación histórico.
El ejemplo de Italia designando a un líder empresarial del prestigio de Vitorio Colao -ex CEO de Vodafone-, para liderar el esfuerzo de reconstrucción nacional nos parece impensable aquí, donde tenemos altos cargos que piensan que la economía no es cosa de expertos sino de ideólogos cargados de razones, que apenas necesitan formación en la materia.
Los ciudadanos y las empresas, además de hacer planes y pensar en positivo, también sacamos conclusiones de esta situación. Lo importante no es tener experiencias, sino aprender de ellas y hacer los propósitos adecuados. A mí se me ocurrían algunos para cuando las aguas vuelvan a su cauce.
1. Ser más previsores.
No tenemos fama de serlo, nos acordamos de Santa Bárbara más bien cuando truena. Las desgracias eran cosas que sucedían a los demás, hasta que llegó este virus y nos tocó bien cerca. Asegurar los riesgos sobre la propia vida queda aún lejos de la intención mayoritaria en nuestra cultura patria. Más allá de los esfuerzos dedicados por los sistemas sanitarios -benditos sean- y los de Previsión, es un buen momento plantearse un refuerzo adicional.
Por ejemplo, sólo cuatro de cada diez españoles tienen un seguro de vida -obligados a menudo por la hipoteca-, mientras cinco de diez están cubiertos por un seguro de decesos, del que muchos se han acordado en estos días, por desgracia. Hacer testamento es otra cosa de la que somos tan poco partidarios como de morirnos. Nunca encontramos un buen momento para pensar en hacerlo. Craso error, porque es una forma muy barata de ahorrar posibles problemas a quienes más queremos cuando peor lo estén pasando.
En las empresas, los planes de contingencia ante situaciones excepcionales pasarán a estar a la orden del día. E igualmente sería conveniente que elaboraran los planes de sucesión, especialmente para las posiciones más críticas, con el fin de tener identificados potenciales sucesores internos, o al menos ser conscientes de que no los hay.
2. Aprovechar el momento.
La otra cara de la moneda es el “carpe diem”, perfectamente compatible con lo anterior. Se puede ser previsor y disfrutar de la vida de lo lindo. Mil veces hemos escuchado este consejo y nos lo hemos propuesto. Valorar las cosas sencillas, sentirnos afortunados, disfrutar los pequeños placeres. Nada como perderlos por un tiempo para ser conscientes de lo mucho que representaban.
Vivir tan deprisa implica demasiadas veces pasar por alto lo que de verdad importa. Frenar en seco nos ayuda ahora a mirar las cosas con la perspectiva adecuada. Hagamos el propósito de valorar y disfrutar los buenos momentos, agradecerlos y guardarlos en nuestra memoria.
3. Estar más unidos.
No es nada fácil, pero se está demostrando imprescindible. Lo que más une nuestra presencia en la madre naturaleza es la especie a la que pertenecemos. Cuando esta se ve amenazada, todos nos sentimos aludidos, no hay diferencias que valgan. Aunar fuerzas es mucho más inteligente que dispersarlas. Lo decía el responsable coreano de la lucha contra el Covid19 en una estupenda entrevista, y lo corroboran científicos de todo el mundo: los avances frente a este enemigo deberían ser coordinados y compartidos.
Y no solo en la investigación. La Unión Europea atraviesa una de sus pruebas de fuego, con la política monetaria como bálsamo de Fierabrás y el conflicto de intereses económicos norte-sur en la picota. El eurodiputado González Pons hacía un magnífico discurso hace unos días apelando a la unidad y solidaridad de los ciudadanos europeos, que trascienda el materialismo y los intereses particulares. Todos aportamos a un proyecto común del que todos también nos beneficiamos en muchos sentidos, no solo en cuestión de cifras.
La necesidad de aislamiento físico frente al contagio no debería reforzar unos localismos obsesionados por encontrar justificación a lo que nos diferencia en lugar de lo que nos une. Hay que compartir aprendizajes y recursos en mutuo beneficio, repartir ayudas donde más se necesita y compensar desequilibrios; hoy por ti, mañana por mi.
En las empresas el propósito sería una mayor unión con el ecosistema de cada una, aprovechar capacidades ajenas, cooperar más eficazmente con terceros en interés mutuo, establecer alianzas, etc.
4. Ser más innovadores y usar más la tecnología.
El coronavirus ha convertido la afamada creatividad española en innovación aplicada y valiosa para hacer cosas que nunca hubiésemos sospechado. Inventar respiradores improvisados, transformar líneas de fabricación para hacer EPIs, crear hospitales por arte de magia, idear sistemas inteligentes para limpiar aire, vehículos y personas, fabricar pantallas protectoras con impresoras 3D o hacer mascarillas caseras. La imaginación no tiene límites cuando se asocia a la urgencia y a la solidaridad.
Las tecnologías de la información y las comunicaciones se han popularizado como nunca. Las redes e infraestructuras están soportando una presión de tráfico impensable hace unos años. Las aplicaciones nos han descubierto que podíamos hacer muchas más cosas a distancia de las que pensábamos. Vivimos más conectados a internet que nunca, exprimiendo el teletrabajo y la formación o las compras online en nuestra realidad cotidiana, a los que hemos aprendido a sacar todo el partido. Por qué no quedarnos con esa actitud innovadora también para el día después. Por qué no pensar en nuevos modelos de negocio disruptivos en las empresas y nuevas formas de reinvención y capacitación en los profesionales.
5. Ser más conciliadores.
Hemos asistido a unos años de crecimiento de las opciones extremas. El populismo fácil ha campado a sus anchas prometiendo la luna, regalando los oídos con la arcadia feliz y hasta gobernando en compañía de sus mayores detractores. Es comprensible que la indignación impulse las opciones más extremas y beligerantes, y caliente también los localismos en perjuicio del bien común, que es el de la mayoría. No solo pasa en nuestro país, pero es que aquí tenemos de todo, como en botica, solo había que mirar la lista de opciones de voto en las últimas elecciones.
Después de esta debacle más nos valdrá dejarnos de calentones y poner un poco de cordura y sentido común del de verdad. Hay que evitar la tentación de romper el tablero porque no nos guste el cariz de la partida. Entender las razones del de enfrente, llegar a acuerdos, poner el interés general por encima del particular, tener grandeza de miras, demostrar la empatía propia y no solo pedírsela al de enfrente, son cosas que nos van a hacer mucha falta. En esto, quienes tienen más poder son los primeros que han de abrir la mano con algo más que palabras. Más allá de las tácticas clientelares, el postureo y el regate en corto, necesitamos como agua de mayo una concertación estratégica en los aspectos clave, que cuente con el respaldo de los agentes sociales y de la gran mayoría sociológica de nuestro país.
6. Ser más humildes.
Pues sí, somos mucho más frágiles y vulnerables de lo que pensábamos. El conjunto de células perfectamente coordinadas que forman nuestro complejo organismo inteligente, ese que creíamos superior al de cualquier otra especie de la naturaleza, resulta que no tiene dos bofetadas. Por supuesto que habrá que dedicar ingentes recursos a la investigación científica para defendernos, y equipar a los sistemas de salud para que la próxima amenaza microbiológica no les pille desprevenidos. Pero nunca será suficiente.
Más nos valdrá reconocer la debilidad como parte del guion de nuestra existencia, sin arrogancia y con naturalidad. Aunque, como decía hace un par de días Noah Harari -el famoso autor de Sapiens- en un magnífico artículo en estas mismas páginas, tras la pandemia “nuestra civilización moderna en su conjunto probablemente irá en la dirección opuesta…recordando su fragilidad reaccionará construyendo defensas más fuertes”. Aún así, este regalo que es vivir seguirá siendo efímero y transitorio y así deberíamos aceptarlo, con toda humildad, tras esta aleccionadora e inolvidable experiencia.
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