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Una larga y esforzada carrera directiva le ha llevado a presidir una exitosa consultora tecnológica. En la sobremesa charlamos sobre la actualidad y sus claroscuros. Surge el escándalo de la descomunal renta vitalicia a los directivos de una quebrada caja de ahorros; premio a su brillante gestión. Mi interlocutor, con muchos tiros pegados, lo ve con gravedad.
Estos abusos perjudican el prestigio de la comunidad de directivos, dice. Son excepciones deleznables frente a la enorme mayoría que las pasa canutas, soportan presiones, somatizan un estrés patológico y sacrifican vida personal y familiar, a veces con altísimos e irreparables costes. Por ello no hay que tener el más mínimo miedo.
Fuera del estamento directivo, la gente de la calle puede pensar que este oficio es un súper chollo, en el que tienen la suerte de instalarse codiciosos abusones sin escrúpulos. Con lo que cuesta adquirir las capacidades para llegar y mantenerse arriba y lo mucho que se deja por el camino, ahora va a parecer que uno tiene que ir dando explicaciones y pidiendo disculpas por el sueldo que gana. Lo que nos faltaba.
Y si quedan dudas, lo mejor es acudir a la prueba que da y quita razones: el mercado, ese lugar donde se encuentran la oferta y la demanda y se fija el precio. Sería conveniente preguntarnos de vez en cuando cuánto paga el mercado por mis capacidades; quién me ofrecería al menos este mismo salario que ahora gano; quién me aseguraría este paquete de beneficios, y semejantes condiciones de desvinculación; o si realmente alguna otra organización estaría dispuesta a asumir estos compromisos para retribuirme... Si la respuesta es negativa, cuidado... Tal vez su propia empresa deje de hacerlo algún día. Preguntas como éstas ayudan a aterrizar y a mantener el contacto con la realidad.
El mercado de directivos es implacable: lo que te reconoce es lo que vales. Las mejores empresas consideran la referencia del valor de mercado como criterio clave en su política retributiva. Uno debería saber cuándo sus condiciones están fuera de mercado y ser consciente de que no suele ser algo muy duradero. Lo contrario es engañarse, pensar que en verdad merecemos lo que sólo es resultado efímero de la casualidad, de la fortuna o, peor, del abuso injusto.
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