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Su trayectoria deportiva había sido admirada por toda una generación.
Lideró a una saga irrepetible con la que alcanzó la cumbre y disfrutó a menudo las mieles del triunfo. Pero todo eso quedó atrás. Ahora charlábamos apaciblemente sobre la vida, la familia, los amigos, los planes y, por supuesto, la profesión. Una vez retirado, nada volvería a ser como antes, es cierto, pero quedaba aún una larga vida por delante. ¿Cómo afrontarla desde ese plano secundario que acompaña inevitablemente a un ex? Pues, lo tengo muy claro, decía, "aspiro a ser recordado por algo distinto a mi carrera como deportista profesional". Titánica tarea dada la altura del listón, que hubiera sonado a bravuconada si no fuera por la sencillez que transmitía. Me pareció una actitud inusual y encomiable.
En el otro extremo situaríamos a quienes viven de ser simplemente "ex". Personas que han alcanzado la fama, el éxito, la excelencia en un periodo de su vida que, por alguna circunstancia, se acaba.
Pueden ser artistas, deportistas, ejecutivos o políticos, da igual. El caso es que su época de gloria y plenitud pasó de largo.
La estrella del éxito es caprichosa, como la propia vida. Mantenerla fulgurante de manera sostenida puede ser un empeño admirable pero normalmente inútil. Los años pasan y los momentos de esplendor vienen y van, como en un carrusel. Ese toque divino que lleva a la cúspide, allí donde el talento se cruza con la oportunidad, suele ser efímero y volátil. Los artistas dicen que lo difícil no es llegar, sino mantenerse.
Quienes no aceptan esto viven aferrados a un pasado mejor. En plena edad productiva, se limitan a exhibir lo que fueron como su principal valor y comercian con ello o viven de las rentas.
Su actividad consiste en explotar el ayer, anclados en la nostalgia.
Pronuncian conferencias y escriben sus memorias. Y eso está muy bien, pero sólo si se hace complementariamente. Además, hay que adaptarse a las circunstancias del presente, renovar la ilusión, emprender proyectos nuevos sin autocomplacencias y buscar otras formas de conseguir la excelencia pasada.
Hay quienes han ejercido el poder de un cargo y han encontrado así la satisfacción plena a sus motivaciones junto a una forma cómoda de ganarse la vida. Son ex que añoran con desesperación el sillón perdido y cuya única ambición consiste en recuperarlo a toda costa. Les mueve realmente el ansia de poder y no la vocación de servicio a sus semejantes -como afirman hipócritamente- pues, si así fuera, tendría fácil arreglo. Cada día hay más necesidades sociales y multitud de formas de ayudar a la comunidad. Pero claro, son opciones no lucrativas en las que, además, en lugar de ir a mandar, se va a servir.
Y, esto, por hablar sólo de quienes han tenido una profesión.
Luego están las ex parejas de famosos, sin mayor oficio ni beneficio que vivir de contarlo sin el menor pudor, mediante historias aderezadas con un puñado de inmundicias y bajezas de alcoba.
No les dedicaré ni un minuto.
Hay que estar orgulloso de haber hecho algo útil o importante en la vida. Merece todo el respeto y la admiración, pero no es un cheque en blanco con crédito ilimitado. Abusar de la condición de ex puede resultar ridículo, incluso patético. Alguien dijo que envejecemos cuando el peso de nuestros recuerdos es mayor al de nuestras ilusiones. O sea que, encima, podemos convertirnos en prematuros abuelos cebolleta.
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