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Español de nacimiento, su doble nacionalidad le ha facilitado trabajar y vivir entre Estados Unidos y España, enrolado en una prestigiosa multinacional norteamericana. Arraigados ahora en Madrid, su compañía anda reduciendo presencia local, aunque su puesto no está aún amenazado…Ni asegurado. Con la difícil frontera de los 50 acercándose, les surge la oportunidad de regresar a la misma ciudad americana donde ya vivieron, en su empresa de siempre. Como tampoco allí están las cosas boyantes, el dilema está servido: quedarse o regresar. Buenos conocedores de ambos países, uno de los argumentos de su mujer me pareció muy acertado: "La diferencia entre España y Estados Unidos es que allí se están proponiendo salir de la crisis todos a una, mientras que aquí no hay manera de ponernos de acuerdo, ni siquiera en lo que parecía que lo estábamos".
Algún reciente episodio le da la razón. El controvertido asunto del almacén de residuos nucleares es sólo un mínimo ejemplo de traca. Alcaldes contra sus propios partidos. Comunidades autónomas contra sus municipios. Políticos expartidarios de la inevitable cuota nuclear en el mix de energía contra sus vecinos votantes, eventuales afectados. La estética sobre la ética. Como en la frase atribuida a Groucho, "yo ya no sé si soy de los nuestros". En la economía hemos tenido que llegar al 11% de déficit para descubrir de repente que si uno no ingresa lo suficiente, lo mejor es gastar menos. ¡Marchando 50.000 millones de euros de ahorros públicos, ya veremos en qué! ¡Y a ver si trabajamos un par de añitos más antes de jubilarnos, que a este ritmo no habrá fondos para todos! El papel jugado en Davos no parece habernos prestigiado. El semestre de Presidencia Española de la UE coincide con nefastos datos internos y con unas perspectivas económicas nada halagüeñas según reputados expertos. Como para sacar un billete sólo de ida a Nueva Zelanda, vamos.
¿Se imaginan una empresa con semejante lentitud e ineficacia y esa cuenta de resultados? ¿Dónde habrían colocado los accionistas a los gestores? En cambio, España dispone de mejores directivos de empresa. Asumen riesgos y toman decisiones valientes y efectivas cuando es necesario, por la cuenta que les trae. Compiten en el exterior y tutean sin complejos a colosos que antes parecían intocables. Se forman en escuelas de negocios locales que lideran los ránkings mundiales. Ascienden a las cúpulas de multinacionales líderes, sin nada que envidiar a americanos, ingleses o alemanes, y consiguen logros impensables hace solo unos años. ¿Cuál es el nivel de excelencia de nuestra clase política? ¿Cómo se forma? ¿Con qué criterios se selecciona? Me temo que durante los últimos 25 años nuestras clases dirigentes empresarial y política han evolucionado de manera divergente. Añoramos ahora líderes políticos y sociales como los de entonces, capaces de pensar en grande, con preparación, generosidad, valor y altura de miras. Necesitamos imperiosamente que se pongan de acuerdo en lo importante, en aquello de lo que depende nuestro futuro como país, como la economía, la educación o la energía. Si en el mundo empresarial surge como nuevo término la coopetition, que agrupa competir y cooperar bajo un mismo concepto, quizá podamos exportar la idea al mundo político, a ver si conseguimos que lo de "todos a una" sea algo más que el pareado de la obra de Lope de Vega.
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