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El pasado día 20 de Noviembre fallecía en su domicilio de Murcia Francisco José Vicente Ortega, mi querido suegro, a los 82 años de edad. Desde estas líneas quisiera rendir un merecido homenaje a su figura, como testimonio de agradecimiento, afecto y admiración.
La vocación sanitaria la recibió de su padre, un Practicante muy querido en su Alquerías natal, que supo inculcarla entre sus hijos con tanto acierto que convirtió a dos de ellos en Médicos y al tercero, Paco, en Farmacéutico. Los tres pasaron por la Universidad de Granada, con gran esfuerzo para la modesta economía familiar. Eso sí, evitaron coincidir y no concentrar el coste, lo que obligó a Francisco José a cursar la carrera de Farmacia en tan sólo 4 años, en lugar de los cinco habituales.
Los primeros años de profesión en su oficina de Farmacia de Alquerías, recorriendo “botiquines” de aldeas huertanas haciendo extracciones para análisis clínicos, abrieron paso muy pronto a unas aspiraciones que iban mucho más allá. A comienzos de los setenta, el asociacionismo farmacéutico cautivó rápidamente sus inquietudes y las canalizó hacia el mundo empresarial, al que entregaría su vida. Amplió para ello su formación, con una segunda licenciatura, en Derecho, y un Programa de Alta Dirección de Empresas en la Escuela deNegocios del IESE.
La entonces pequeña Hermandad Farmacéutica Murciana, cooperativa fundada por boticarios locales y dedicada a la distribución de medicamentos, pasó a ser su segunda casa desde que llegó a ella y la presidió durante 28 años, hasta el 2000. En ese periodo, lideró una transformación colosal y sin precedentes, que supuso convertir a una modesta cooperativa provincial en todo un gigante, rebautizado como Hermandad Farmacéutica del Mediterráneo. Su queridísima Hefame se extendió por media España y exportó fuera de ella. Superó los 1.000 millones de euros de facturación, creó riqueza y empleo y se convirtió, para orgullo y satisfacción de sus empleados y socios cooperativistas, no sólo en la mayor empresa murciana por ingresos, sino en uno de los tres mayores grupos de su sector en España.
Además de Hefame, Paco Vicente, como le llamaban sus amigos, mostró siempre un gran interés por el mundo asociativo entre organizaciones, al que dedicó tiempo y energías de manera generosa y desinteresada. Así, presidió la patronal murciana Croem y otras entidades relevantes como Fedifar, Acofarma o Eurocophar. Fue Consejero de Mapfre y de Bancofar, Académico de Honor de la Real Academia de Medicina y Cirugía, y recibió varios reconocimientos como El Laurel de Murcia o el Premio Mercurio, por su labor al frente de Hefame.
Pero, por encima de sus incuestionables logros, quisiera ensalzar su perspectiva humana. Inteligente, rápido, culto y buen conversador, como capitán de empresa, Paco era una de esas personas que dejaban huella. Pensaba en grande y poseía una extraordinaria visión estratégica para anticiparse, innovar y sorprender. Pero también era capaz de convertir la visión en realidad, de persuadir para hacer que las cosas sucedieran. Líder carismático, entusiasta, vital, idealista inquieto y soñador, con gran encanto personal, contagiaba energía y empujaba a quienes les rodeaban a elevar sus metas, a aspirar a más, a volar más alto. Destacaría igualmente de él su capacidad para la reflexión y el análisis, para saber estar sólo y crear espacio para la introspección, para ordenar sus ideas pensamientos, y también para cultivar la dimensión espiritual y encontrar un sentido trascendente a su vida.
Cercano y afectuoso entre sus más allegados y buen amigo de sus amigos, a los que ayudaba por encima de todo. Enamorado del fútbol, el ajedrez, los puros y la buena mesa, sobre todo de los platos murcianos cocinados por su queridísima Maruja, el amor de su vida, corazón de la familia que dejó en él –y en los demás cuando se marchó, un inmenso vacío. Adorado por su familia, a la que siempre pudo dedicarle menos tiempo del que le hubiera gustado. Entrañable, disfrutaba entre los suyos, apasionado de sus nietos, con los que reía de esa forma tan suya, a borbotones, como en un torrente contagioso de carcajadas que inundaba la casa, y que no olvidaremos fácilmente. Se nos marcha un gran hombre, que vivió intensamente sus años de plenitud. Nos queda valorar su obra y recordar su legado, junto a la sensación de haber vivido al lado de una de esas personas que hacen grande la condición humana.
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