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Han pasado más de dos mil años desde que Ovidio lo relatara en 'Las metamorfosis', pero el mito de Narciso sigue teniendo rabiosa actualidad. Ya saben, se trata de aquel varón fascinado al contemplar su bellísima imagen reflejada en el agua, que provocaba pasiones en mortales y dioses pero era incapaz de reconocer y amar a otros. Tras despreciar a la enamorada Ninfa Eco, la diosa de la venganza, Némesis, condenó su orgullo y le hizo quedar tan absorto en su propia belleza, que dejaría de atender las necesidades más básicas de su cuerpo, consumido hasta convertirse en la flor que lleva su nombre.
Siempre existieron los narcisos, pero últimamente han crecido como la espuma en nuestras opulentas sociedades occidentales, en las que la presión por conseguir el éxito es enorme. Quizás la abundancia y el exceso sean un terreno abonado en el que germina el hiperexhibicionismo, que las redes sociales propagan 'urbi et orbe' a la velocidad del rayo. Las televisiones por su parte encontraron el filón de divertir al respetable aireando intimidades de buscadores de fama -tan escasos de méritos como faltos de valores-, rescatados del más puro anonimato gracias al 'share'.
El caso es que se eleva el culto a la propia imagen muy por encima de lo que realmente somos o hacemos. Por ejemplo, la absurda batalla contra las inevitables consecuencias de la edad y pretender corregirlas mediante artificios estéticos, con resultados a menudo grotescos. O la obsesión por transmitir una imagen impostada, desnaturalizada, hasta hacer caer en el ridículo incluso a personas supuestamente inteligentes, que terminan perdiendo la conexión con la realidad para burla y escarnio colectivos, como vemos en algún caso de candente actualidad.
Es cierto que la autoestima es una de las fortalezas más necesarias para progresar en la vida y ser eficaz en la búsqueda de la felicidad, pero no hay que confundirla con el narcisismo. Es importantísimo valorar lo que somos y sentirnos a gusto con nuestras propias capacidades, por eso hay que fomentarla desde la infancia. Pero ¿dónde termina la sana autoestima y comienza el tóxico narcisismo, que puede llegar a constituir un grave trastorno de la personalidad?
Esta y otras muchas e interesantes preguntas han sido abordadas por los expertos en innumerables estudios sobre la materia, desde que Freud la elevara en 1914 a la categoría de patología en su 'Introducción al narcisismo'. Consultados algunos de aquellos y basado en mis propias experiencias acerca del comportamiento humano en las organizaciones, me he atrevido a extraer algunas conclusiones y a enunciar algunos signos distintivos del narcisista, referidos especialmente al entorno profesional.
1. Padecen de una acusada carencia de empatía. Es uno de los rasgos más característicos. Detestan hablar de sentimientos, incluso de los propios. Son personas frías, capaces de tomar las más duras decisiones sin importarle las consecuencias personales. Su dedicación a las personas es para utilizarlas a su conveniencia. Suelen capitalizar los éxitos ajenos.
2. Transmiten una imagen de superioridad. Necesitan demostrar que son mejores, que están por encima, cercanos a la perfección. Asumen mal las críticas, no reconocen sus errores, sino que los endosan a otros. La grandiosidad los lleva a querer parecer importantes en lo que hacen y con quien se relacionan. Les encanta dirigir y controlar a los demás, dominar la situación, por tanto, aceptan mal el hecho de depender de otros.
3. Hablan mucho más de lo que escuchan. Tienden a hablar bastante de sí mismos y de sus logros, apoyados en gestos ostensibles. Escuchan muy poco y muestran cierto desdén hacia las opiniones de otros, que consideran menos cualificadas o relevantes.
4. Creen que el mundo gira en torno a ellos. Preocupados de sí mismos, aficionados al autobombo, necesitan ser el centro de atención y estar bajo la luz de los focos para satisfacer un ego desmesurado.
5. Buscan desesperadamente la admiración ajena. Pueden causar una buena primera impresión hasta que se les conoce, pues entonces la cosa cambia. Por eso, necesitan demostrar continuamente sus capacidades y logros ante personas nuevas o desconocidas, en busca del aplauso.
Seguro que han venido a su cabeza unos cuantos casos, más o menos retratados en lo anterior. Pueden ser personas normales y corrientes, que demuestran algunos de estos comportamientos ocasionalmente, como parte inherente de su personalidad. También pueden ser personajes públicos, políticos, artistas, deportistas de élite, empresarios relevantes o altos directivos, que viven expuestos continuamente al escrutinio social que implica la fama. A menudo son adulados como divos por su entorno y exaltados por la sociedad. De ahí a exhibir algunos tics narcisistas puede haber tan solo un paso, hasta cierto punto comprensible, sobre todo por parte de sus seguidores que les juzgan con indulgencia.
Lo peor viene cuando estos comportamientos se agravan y convierten en un considerable problema para quienes verdaderamente lo padecen, o sea, quienes están cerca. En el trabajo, nadie soporta durante más tiempo del estrictamente necesario a un jefe que se crea un superhéroe, te endose las culpas, te robe las medallas y le importe un pimiento lo que digas o sientas.
Los perversos narcisistas -grado extremo retratado por el psicoanalista francés Jean Charles Bouchoux en un exitoso libro- se rodean de víctimas a las que menosprecian, al tiempo que ellos mismos se ensalzan por contraposición. La mejor manera de afrontar esto es salir corriendo a los primeros síntomas, tan lejos como sea posible, pues la posibilidad de cura es bastante remota, a decir del propio Bouchoux.
Hay quienes sostienen que el liderazgo requiere algo de narcisismo, pues la fortaleza, el protagonismo y la osadía son atributos que facilitan llegar arriba en la pirámide del poder. Pero ignoran, por ejemplo, que la empatía -componente esencial de la inteligencia emocional-, es absolutamente clave para ejercer el liderazgo tal y como hoy lo entendemos, es decir, como inspirador de los equipos, generador de compromisos y movilizador de voluntades.
En las organizaciones exitosas de hoy no caben -o no deberían caber- las cinco características señaladas arriba, que provocan el mayor de los rechazos en un entorno profesional saludable, abierto, participativo, orientado al desarrollo y al rendimiento colectivo. Narcisistas y equipos son términos incompatibles en sí mismos, un argumento más que justificado para intentar mantener a los primeros bien alejados de los segundos.
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