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No conocía la existencia del escritor colombiano Héctor Abad hasta hace poco tiempo. Su vida quedó marcada por la dramática pérdida de su padre, que hizo trizas una familia entrañable y truncó una relación paterno-filial conmovedora. En una hermosa novela, de igual título al de esta columna, el escritor va desgranando reflexiones mezcladas con memorias y vivencias. Se suceden escenas, algunas muy emotivas, acerca de la vida y la muerte, la familia y el amor, la solidaridad y la injusticia y, en última instancia, la ausencia y el olvido. Su lectura viene especialmente a mi cabeza en estas fechas, cuando intentamos recordar a quienes apreciamos y deseamos también ser recordados por ellos. Felicitar la Navidad y el año nuevo a los demás es un buen momento para hacer repaso del tipo y la calidad de las relaciones personales que tenemos. Algunas son protocolarias o de cortesía, mientras otras son más íntimas y cercanas. Si hablamos del presente, aparecen rápidamente quienes rodean nuestro día a día en el entorno profesional, como los compañeros, clientes o proveedores. Con ellos mantenemos contacto frecuente, y aunque la relación sea más superficial o más profunda en función de la química o la afinidad, son los más evidentes a la hora de confeccionar nuestra lista.
Pero, ¿qué hay del pasado?, ¿quiénes permanecen entre los destinatarios de felicitaciones navideñas después de los años? El paso del tiempo diluye la sensación de compromiso con quienes sólo hemos compartido superficiales relaciones de cortesía. Ya no nos sentimos obligados a enviar el Christmas de rigor. Por el contrario, felicitamos a quienes nos apetece. Sabemos bien a quiénes recordamos de una manera especial, con verdadero cariño, agradecimiento o admiración.
Cada día repaso en mi trabajo las trayectorias profesionales de unos cuantos directivos. La manera en que cuentan su pasado dice tanto como un libro abierto. Qué huellas han dejado en ellos las empresas por donde han pasado es un dato fundamental. Como también lo es qué huellas dejaron ellos en esos sitios. Hay quienes mantienen las relaciones personales en lo estrictamente necesario. No generan grandes filias ni grandes fobias. Tras ellos, la organización sigue su curso, pasa página y olvida rápido. Para quien se ha marchado, el recuerdo de lo vivido y el valor de su contribución se miden por el tipo y la calidad de relaciones que fue capaz de construir, y cómo éstas resisten el paso del tiempo. El frenético ritmo de trabajo tritura rápido el recuerdo de quienes se fueron. La Navidad es un momento especial para echar la vista atrás y repasar justamente lo que hemos compartido con otros. Haga su propio balance y piense en las personas que le han rodeado. Considere por unos minutos de qué forma les recuerda y también de qué forma le recordarán. Inevitablemente, todos nos convertiremos en simple olvido algún día, como en el título de la novela. Mientras, lo que queda en la memoria es fruto de la semilla que hemos ido dejando en el camino. ¿Cuáles son sus méritos personales para recibir el cariño y los buenos deseos en forma de tarjeta navideña? Seguro que muchos. Le deseo, además, que esas felicitaciones le sigan llegando con toda sinceridad y por muchos años. ¡Feliz Navidad!
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