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En el siglo VIII el imperio Bizantino alumbró un movimiento religioso que traería fuertes controversias. El emperador León III ordenó retirar una imagen de Jesús de la entrada del Gran Palacio de Constantinopla y sustituirla por una cruz. Se abrió así una sangrienta pugna entre los católicos, partidarios de la veneración de imágenes sagradas como recordatorio de las verdaderas realidades espirituales, y los iconoclastas -del griego, rompedores de imágenes-, que negaban el culto a éstas por considerarlo mera idolatría. Parte del debate permanece hoy entre católicos y protestantes, aunque el concepto iconoclasta ha pasado a adquirir un sentido figurado muy extendido, para definir a quienes rechazan principios, dogmas o convencionalismos establecidos.
Buscar referentes a nuestro alrededor es algo lógico y frecuente.
Tratamos de apoyarnos en normas universalmente aceptadas, o de imitar a quienes gozan del prestigio de ser modelos a seguir, en cualquiera de los órdenes de la vida. Así, los hijos primogénitos marcan una cierta referencia en las familias numerosas, esas que hoy son una especie en extinción. Abren camino a los siguientes hermanos, asumen antes las responsabilidades y les cuidan. El derecho y la costumbre siempre les otorgaron lugar preferente.
También las empresas más admiradas por su excelencia sirven de patrón. Se copian sus estrategias, sus decisiones y sus políticas.
Sus reputadas marcas terminan siendo iconos sociales adorados en todo el planeta. Igualmente, los países más avanzados son un modelo en muchos aspectos. O lo eran. Ahora el mundo está patas arriba. Muchos ídolos de nuestro sistema económico y social arden en la "hoguera de las vanidades", como en la magistral novela de Tom Wolfe cuyo protagonista era un financiero neoyorquino, precisamente.
Cualquier joven licenciado en Economía que revise sus apuntes de hace sólo unos años pensará que sus profesores y quienes escribieron sus libros de texto eran extraterrestres. Los pilares más básicos han caído fulminados. Liberalismo frente a intervencionismo; sector privado frente a público, Occidente frente a Oriente; capitalismo frente a socialismo Cualquier parecido con lo que pensábamos es pura coincidencia. Se derrumban las torres más altas, y nos invade una mezcolanza confusa entre el miedo, la inquietud, el escepticismo y la duda. Es difícil evitar una sensación atribulada, parecida a la que expresaba con humor el genial Groucho cuando decía aquello de "yo ya no sé si soy de los nuestros".
Cuando los referentes admirados nos decepcionan nos sentimos desengañados y, por qué no decirlo, algo perdidos, entre la desorientación y el vacío. Elegir otros nuevos y construir confianza en ellos es tarea tan larga como ardua. En estas fechas navideñas he recibido un par de atinadas felicitaciones aludiendo a los valores humanos de Jesús como modelo. No puedo estar más de acuerdo. Cada uno es libre de elegir sus nuevos referentes y de hacerlo con criterio propio. Pero algunos iconos deberían quedar sepultados en lo más profundo, como un resto arqueológico testimonio de una época de excesos lamentables que deberían sonrojarnos. Adorar al becerro de oro nos ha traído una de las mayores crisis de la historia.
Aprendamos la lección, reconozcamos nuestra culpa a las endeudadas generaciones futuras y busquemos nuestros próximos referentes en algo más que ídolos con pies de barro.
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