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"Seamos claros, sabes muy bien que a fulanito le importan poco las personas. Dice que aquí se viene a trabajar, sin muchas contemplaciones, y que el hecho de estar más o menos satisfechos o motivados es un problema de cada uno. La empresa no debe entrar en esas gaitas, sino en exigir que se consigan los resultados, pagar por ello y punto. Bastante tiene ya con cumplir con sus compromisos en estos tiempos locos que corren, y que nos llevan a todos con la lengua fuera."
¿Les suena una conversación parecida a ésta? ¿Les viene a la cabeza algún directivo que conozcan? ¿Quizá algún colega agobiado por la presión de una nueva "vuelta de tuerca"? Seguramente más de uno. Desde luego, son afirmaciones poco deseables que no dejan bien parado a quien las hace, aunque, bien mirado, ¿no hay un punto de desahogo y hasta una parte de razón en lo que dice?, ¿no es comprensible y hasta humano, por paradójico que parezca, defender opiniones como ésas? La carrera trepidante hacia el éxito en el mercado se acelera cada día. Como consumidores queremos comprar mejores bienes y servicios, más baratos, de más calidad, con más prestaciones, sin importar quién esté detrás proporcionándolos.
Por otro lado, como empresas proveedoras, la otra cara de la moneda reside en personas esforzándose en hacerlo cada día mejor, con menores costes, mayor eficiencia y calidad, mirando cada momento de reojo lo que hacen sus competidores, con una permanente sensación, como en el circo, del "más difícil todavía".
Pedimos a nuestros directivos que tengan visión estratégica y de negocio -nada más y nada menos-. También que estén obsesionados con el cliente y consigan entusiasmarle -ya no basta con orientarse a él-. Que obtengan resultados excelentes -superando los del año o mejor el trimestre anterior-. Que sean flexibles y se adapten permanentemente a los cambios -cosa facilísima para el ser humano, como todo el mundo sabe-. Por supuesto, que sepan ser líderes y construyan equipo -aunque cada miembro de éste prefiera muchas veces ir a su aire-. Que disfruten con los retos y vean en ellos una oportunidad -vamos, como si fueran Fernando Alonso-, y, como guinda, les recordamos lo imprescindible de preocuparse por el desarrollo personal y profesional de sus colaboradores, para conseguir que estén satisfechos y motivados. Ah, eso sí, y manteniendo el mejor equilibrio posible entre la vida personal y el trabajo.
Pues bien, ninguna de estas exigencias es en absoluto caprichosa.
Constituyen las capacidades básicas que identifican una organización, y aportan las auténticas ventajas competitivas. Son tan necesarias como la financiación, la renovación tecnológica o la inversión en activos. Y condicionan mucho más el éxito o el fracaso y, sobre todo, la famosa sostenibilidad en el largo plazo.
A pesar de las crecientes dificultades, la mayor parte de nuestros directivos intentan con el mayor empeño hacer las cosas lo mejor posible. Precisamente para que su carga sea más llevadera resulta fundamental que se preocupen de sus equipos, de sus necesidades como personas, de su desarrollo y bienestar. La motivación es cosa de cada uno, pero el papel del jefe resulta a veces determinante.
Dedicar un poco de atención y generosidad a las personas y demostrarles aprecio puede llegar a convertir lo que parecía una pesada carga en un entorno más agradable de trabajo, lo que no significa menos exigente, donde el alto rendimiento sea tan natural como la vida misma.
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