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El liderazgo puede ejercerse en diferentes entornos. Uno de ellos es el deportivo, por ejemplo. Más allá de sus conocimientos técnicos y visión estratégica del juego, lo que más determina el liderazgo de los entrenadores es la capacidad para conseguir la motivación de los jugadores, el sentimiento solidario de equipo cohesionado o la gestión eficaz del rendimiento individual y colectivo -estrellas incluidas- en un buen ambiente. En otros entornos, como el religioso o el social, el liderazgo supone fuente de inspiración y orientación y proporciona, en última instancia, auténtico sentido a las vidas de millones de personas.
Dejando a un lado los anteriores, me centraré en otros dos ámbitos, el político y el directivo-empresarial. Al hablar de políticos dejo al margen a los profesionales de la función pública, a los funcionarios “de carrera” que gestionan las Administraciones. Me referiré a los verdaderos políticos, ya sea los que nos representan por haberlos votado, los que ejercen cargos públicos de libre designación o naturaleza política, o los que dirigen las estructuras de los partidos, aspirando normalmente a lograr algunas de las dos situaciones anteriores.
Con el panorama político que vivimos en España, entre el asombro, la apatía y la exasperación, merece la pena meternos en el avispero de plantearnos cómo ha evolucionado la clase dirigente política en España durante los últimos 25 o 30 años, en comparación con la de los directivos de empresa, otro territorio natural del liderazgo.
Si nos preguntáramos nombres de insignes políticos de hace 25 ó 30 años en nuestro país, seguro que nos vendrían a la cabeza un buen puñado. La ejemplar transición a nuestra democracia alumbró a líderes de partidos que abrazaban la ilusión de un tiempo nuevo. Políticos de talla y altura de miras protagonizaban grandes concertaciones en interés general. Ministros de prestigio con brillantes trayectorias eran respetados -incluso admirados-, con el reconocimiento de unas capacidades y méritos que justificaban sus nombramientos. Por supuesto que había sus excepciones, como en toda regla, pero quienes daban el salto desde la sociedad civil eran elegidos para la política no sólo por razones ideológicas, sino también por su cualificación. Prefiero no dar nombres, están en la mente de todos. Lo cierto es que dirigieron nuestros destinos y situaron a nuestro país en el lugar que le correspondía en el concierto internacional, lidiando con enormes adversidades -el terrorismo entre ellas. Cumplida su misión o su etapa, buena parte de ellos retomaron sus profesiones en la vida civil con naturalidad, e incluso notable éxito en algunos casos, prueba de su valía.
Nuestras grandes empresas tutean sin complejos a colosos intocables, y están lideradas por quienes un buen día se pusieron el mundo por montera
En el mundo de las empresas, la realidad era bien diferente por entonces. No es fácil dar una lista muy larga de reputados directivos o líderes de empresas españolas con talla internacional en aquellos duros tiempos. El tejido empresarial hace 30 años era muchísimo más escaso, como también lo era el estamento directivo. Los “siete grandes” de la banca fueron escuela de directivos financieros. Las empresas públicas -que en 1985 pesaban un 12% en nuestra economía-, tenían a la SEPI como cantera de ejecutivos. Algunas grandes empresas privadas familiares acertaron al confiar el liderazgo en sus descendientes, creando sagas capaces que engrandecieron sus legados. Por último, incipientes multinacionales extranjeras trajeron procesos y metodologías de vanguardia, que contribuyeron a desarrollar singularmente las capacidades de liderazgo organizacional en nuestros cuadros y ejecutivos, como verdaderas escuelas prácticas de dirigentes. Pero, con todo ello, la dimensión del “management” español de los 80 era reducida y de alcance internacional muy limitado.
Y, ¿qué tenemos hoy, 25 ó 30 años más tarde, en uno y otro terreno? La actividad política ha evolucionado hasta convertirse en una profesión en sí misma. Hablamos de “profesionales” de la política para referirnos a quienes tienen limitadas sus posibilidades de ganarse la vida al estricto ejercicio de la cosa política. Las carreras se desarrollan desde el interior de los partidos, convertidos en una gran maquinaria de colocación de sus profesionales, cuya progresión viene marcada por el buen desempeño de habilidades como son expresarse con elocuencia, tener astucia política, estar orientado al poder, respetar la jerarquía y mantener la lealtad a toda costa. El resultado de ello está a la vista. Eso sí, con honrosísimas excepciones.
Los fichajes de prestigio desde la gestión empresarial hacia la política son escasísimos. Cuando se producen resultan rechazados o anulados por los aparatos, que los perciben como amenazas, competidores o advenedizos, no forjados desde las bases en las particulares reglas de la meritocracia partidista. Para sonrojo fue la reciente competición entre líderes políticos afanados en demostrar quién gana menos y quién tiene menos, probables reacciones desmedidas y efectistas ante los abusos de los corruptos. A la postre, son otro elemento disuasorio para atraer a quienes se ganan bien la vida en la esfera privada, sujeta a la ley del mercado, que paga más a quien más lo merece, más valor aporta o más riqueza genera alrededor. Incluso estando dispuesto a ganar menos, guiados por inquietudes loables de servir a la sociedad con generosidad y espíritu solidario, solo de pensar en el despelleje al que será sometido, a más de uno se le pondrán los pelos como escarpias de pensar en la política.
Por el contrario, el nivel profesional de nuestros directivos en el mundo ha mejorado en estos años de manera impresionante. Nuestras grandes empresas españolas tutean sin complejos a colosos intocables por entonces, y están lideradas por quienes un buen día se pusieron el mundo por montera. Y no solo en empresas españolas. En bastantes multinacionales extranjeras también progresan directivos españoles, que compiten bien dentro de sus estructuras de alto rendimiento y progresan gracias a su capacidad de liderazgo y gestión, rigor, duro trabajo y una chispa de talento creativo. Lo sabemos bien quienes nos dedicamos a la consultoría de búsqueda y evaluación de talento directivo
Y todo esto ha ocurrido en unos pocos años, en los que el distanciamiento entre los dos mundos es un abismo. ¿Cómo han podido ir tan a menos el prestigio y las capacidades de nuestra clase dirigente política -con notables excepciones-, mientras las de la empresarial han ido tan a más? ¿Qué mecanismos de selección y qué capacidades de liderazgo fomentan y desarrollan una y otra? En el mismo país, con la misma cultura y parecida educación, ¿por qué se ha abierto esta distancia? ¿Qué habría que cambiar para que España tuviera tan buenos políticos como directivos?
Seguro que hay formas de ir acortando la brecha. Las reformas en nuestros sistemas de partidos y electoral serían un primer paso. Seguro que hay otros muchos para recuperar el prestigio y ennoblecer la dedicación a la cosa política, en bien de todos. De no hacerlo, aumentará más aún el cabreo social y las tentaciones para caer en brazos de quienes se empeñan en llevarnos -por su propio interés- a supuestos paraísos que a lo largo de la historia solo han traído ruina.
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