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Me topé con la palabreja por casualidad, leyendo a Steven Pinker, fruto de mi curiosidad por entender mejor cómo somos. En su libro divulgativo Cómo funciona la mente justifica científicamente por qué en nuestro modo de charlar nos presentamos siempre con el mejor perfil. Indagando un poco, descubrí como Greenwald analiza el yo como un sistema de representaciones con tres sesgos básicos: Conservadurismo, reacio al cambio, que tiende a asimilar toda información nueva a los esquemas preexistentes; egocentrismo, que le hace sobrevalorarse para bien y para mal, auto-contemplarse; y benefactancia, un neologismo que agrupa dos atributos diferentes, la efectividad o eficacia y la beneficencia, pues creemos ser causantes de efectos buenos, y sólo a nuestro pesar haber tenido algo que ver con los indeseables. Este psicólogo social añade que "no hay memoria fidedigna, pues toda memoria es reconstrucción al servicio del engrandecimiento de uno mismo como supuesto bienhechor universal". ¡Vaya tela!
No sé si el citado profesor de la Universidad de Ohio construyó su teoría pensando en alguien en concreto. Supongo que no, disculpen la broma, no quisiera yo banalizar con rigurosas y sesudas investigaciones. Pero es que los tres sesgos mencionados dan mucho juego. Del conservadurismo ya hemos hablado en columnas anteriores. Precisamente la resistencia al cambio es uno de los motivos que nos impiden salir del agujero actual. Al egocentrismo, sesgo frecuente y viejo conocido, mal endémico de nuestras organizaciones, le dediqué una columna finalizada con frase lapidaria "el que nace barrigón, tontería es que lo fajen". Rematamos la trilogía con la benefactancia, que nos lleva a creernos eficaces, atribuirnos lo bueno que nos sucede y justificar lo malo como algo ajeno. Es la benefactancia la que conduce a nuestra mente a engañarnos acerca de lo benevolentes y efectivos que somos, aunque ello nos acarree alguna que otra contradicción o disonancia cognitiva como dice Pinker, al enfrentar la evidencia de nuestra situación real a la que queremos proyectar en los demás.
Conócete a ti mismo, decían los griegos en Delfos, aunque no estoy seguro que les hayamos hecho suficiente caso. Piense un poco e interiorice sus comportamientos y sus conversaciones. Permítame esta mini-sesión de coaching. ¿Hasta dónde ve reflejado su yo en el que describimos? ¿Cómo de fidedigno es su auto-diagnóstico? ¿Con qué frecuencia se empeña en mostrar un perfil ideal del que no es reamente dueño? ¿Alardea de capacidades que solo residen en su imaginación? Busque en el fondo e intente encontrar las respuestas más sinceras.
Cada día entrevisto a personas, profundizo en sus vidas y en sus obras. Escucho con interés sus relatos y vivencias profesionales y aprendo de ellos, además de valorarles. Cuánto nos cuesta aceptar nuestras debilidades, nuestros errores, que quizás no seamos tan buenos. Que hay etapas en las que destacar pero también otras en las que simplemente nos toca encajar. Que somos mucho más vulnerables e imperfectos de lo que nos conduce a pensar un legado que reside en nuestra mente, como explican los psicólogos sociales. Pero no se deprima. La mayoría de lo verdaderamente importante que le rodea son motivos para no hacerlo. Sólo hay que reconocer que lo mejor y lo peor pueden tener un mismo dueño, sin que ello suponga más demérito que el sencillo reconocimiento de nuestra condición humana.
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