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Poco antes de ser exiliado de Roma, en los comienzos de nuestra era, el poeta Ovidio terminó de escribir una obra épica cumbre de la literatura clásica. Las Metamorfosis constan de 250 narraciones mitológicas que relatan la historia desde el comienzo del Mundo.
Dioses, héroes y mortales enlazan sus hazañas a partir de la ordenación del Caos inicial, en un mecanismo de transformación constante. Episodios como el diluvio universal que arrasa la Tierra o la Guerra de Troya y su destrucción, van sucediéndose en una trepidante recopilación cronológica de los mitos clásicos, que desembocará finalmente en la conversión en estrella del alma del Emperador Julio César.
Las transformaciones eran un tema popular en la antigua Grecia, muy presente en su filosofía y literatura. Volver la vista hacia los clásicos siempre es un ejercicio de lo más recomendable.
Vivimos tiempos bastante parecidos, metafóricamente hablando, a aquéllos en los que era necesaria la ordenación del Caos inicial.
Este es uno de esos momentos históricos en los que parece que nada, o casi nada, volverá a ser como antes. Muchos paradigmas socioeconómicos de nuestro mundo van a quedar muy tocados o sustituidos.
Y muchas empresas tendrán que cambiar drásticamente, forzadas por los acontecimientos.
Como ejemplo, el primer ejecutivo en España de una de las grandes compañías tecnológicas multinacionales se mostraba escéptico en nuestra conversación de sobremesa. Creía dificilísimo que una organización como la suya, tradicionalmente basada en tecnologías e infraestructuras, fuera capaz de migrar hacia el nuevo mundo de aplicaciones, servicios y contenidos que caracteriza el universo googleliano. ¿Cómo competir en innovación con los exitosos y ágiles modelos de negocio inventados por Google, Skype o Facebook, por citar sólo algunos, desde las pesadas estructuras de grandes organizaciones, en las que muy pocos saben qué es eso de la web 3.0 y cómo hacer negocios en la Red? En opinión de este ejecutivo, con el que coincido plenamente, el músculo financiero, que además sufre horas bajas, no será suficiente si los intentos de generar innovaciones que aporten valor cuantificable son fagocitados por la inercia de quienes viven anclados al pasado. Y no es sólo por el exceso de tamaño. También existe una carencia de capacidades nuevas y diferentes. Y el predominio de una cultura que inhibe el alumbramiento de proyectos rupturistas, en la que abundan estructuras reticentes al cambio que acaban rechazando a quienes lo promueven.
Es mucho más difícil enseñar a un pavo a trepar que contratar una ardilla, como decían los inventores de las famosas Competencias.
A veces, la savia nueva es necesaria. Actúa como revulsivo, enriquece y dinamiza a la organización y aporta una mirada diferente. Pero no es suficiente si no viene acompañada de mensajes, acciones y medidas ejemplares que promuevan el cambio y la innovación.
Declarar la firme voluntad de reinventarse no es suficiente, si luego no se actúa con la coherencia y firmeza adecuadas. No vale resignarnos a que la innovación proceda sólo de la imaginación de jóvenes atrevidos, con un par de ordenadores potentes y un garaje por laboratorio. Las grandes organizaciones creadoras de empleo han de subirse a ese tren, aunque para ello tengan que redescubrirse y hacer su metamorfosis de cultura, personas, procesos y modelos de negocio. Los campeones de la transformación triunfarán en el nuevo Olimpo. Espero que allí nos encontremos.
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