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Existe una especie humana que representa una seria amenaza para las organizaciones en las que habita. Se trata del pesimista, cuyos negativos efectos han de ser aniquilados al observarse los primeros síntomas. Creo que no es demasiado difícil constatar su presencia, aunque no está de más reseñar algunas líneas acerca de sus características, con el fin de identificarlo con la mayor eficacia.
Al pesimista le encanta la Ley de Murphy, y piensa que normalmente la tostada caerá al suelo del lado de la mermelada. Suele jactarse de su actitud y le gusta recordar a sus colegas que algo de lo que se está planeando es muy probable que salga mal. Además, le encanta confirmar sus agoreros pronósticos, como una muestra irrefutable de que sus teorías están más que fundadas: "Lo véis, si ya os lo había dicho yo...", es una de sus frases favoritas.
Una de las consecuencias de luchar contra un pesimista es el enorme desgaste que produce. Una discusión con él termina dejándonos agotados y con una sensación a medias entre la resignación y la impotencia. Cambiar su opinión es un empeño casi imposible, y en el debate vamos notando una pérdida continua de energía, como si ésta fuese absorbida por un imán insaciable. Las consecuencias para el ánimo y la moral colectiva del entorno en el que se mueve pueden llegar a ser demoledoras, por lo que la mejor táctica, siendo muy prácticos, es huir de su presencia como gato escaldado.
En ocasiones se combina el pesimismo con una mezcla de socarronería y escepticismo. Para él o ella, las cosas son imposibles y empeñarse en lo contrario es prueba de un idealismo utópico propio de ilusos.
No estoy hablando de una conducta ocasional, de alguien que tiene un mal día en el que todo lo ve negro, sino de mantener una actitud permanentemente negativa, de ver por costumbre la botella medio vacía.
Sé que estoy exagerando, que es difícil encontrar alguien así con una mente perfectamente sana que no esté atravesando proceso depresivo alguno, lo que merecería indudables disculpas. Pretendo llevarlo al extremo para evidenciar con mayor claridad el perfil al que me refiero. Y de paso recordar los nocivos efectos que este tipo de personas pueden llegar a producir: frenan la creatividad y la innovación, lastran la ilusión y el entusiasmo, y frustran a quienes se dejan arrastrar por su negativa influencia.
La mejor receta para vencer al pesimista (excluyo los casos del denominado "realista bien informado", como dice la famosa cita, pues lo considero sólo como pesimista ocasional), es la de razonarle acerca de la infelicidad que su actitud provoca, no sólo en quienes tiene alrededor, sino también -y mucho más- en él mismo. Nada nos obliga a mantener una u otra actitud: "Tu actitud la eliges tú", dice una frase que me gusta recordar de vez en cuando.
Puestos a elegir, adoptemos la actitud positiva, veamos las cosas como posibles, mostremos entusiasmo y alegría, y tratemos de trasladarlo a nuestro amigo pesimista. Ayudémosle a reír y recordémosle que ¡es gratis! Quizás así podamos echarle una mano. Y si no, si vemos que por mucho que nos esforcemos la causa está perdida, siempre nos quedará el recurso de intentar tenerle lo más lejos posible. Desde luego hay que apartarle, mientras persista en su actitud, de todo aquello que signifique construir, innovar o impulsar cosas nuevas, pues de lo negativo y del pesimismo no surgieron precisamente las grandes hazañas en la historia de los tiempos.
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