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El final del verano nos va devolviendo a una rutina que comienza a parecerse a la de siempre. Nos queda un tiempo de mascarillas, prudencia y vacunaciones recurrentes por delante. Pero si algo marca el retorno a la casi normalidad es el regreso físico a la oficina aderezado, eso sí, con fórmulas híbridas variopintas de teletrabajo.
Aquel fatídico marzo de 2020 frenó en seco o abortó bastantes cosas en nuestras vidas. Parón de inversiones y nuevos negocios, recortes de empleo, congelación de oportunidades de promoción y crecimiento profesional fueron moneda común, seguidos de un sentimiento de tiempo perdido o malgastado. Una inevitable sensación de que nos han usurpado unos valiosos años de nuestras vidas, que se nos han escurrido como el agua entre las manos.
Ahora que la recuperación va tomando impulso aupada por el consumo -ese 2% de crecimiento estimado del PIB trimestral es esperanzador-, la reacción lógica es la de acelerar planes y decisiones para recuperar el tiempo. Pronto será el momento de retomar aquel viaje que no hicimos, gastar parte de lo ahorrado, invertir en aquello que retrasamos o emprender el negocio que ideamos.
En las carreras profesionales ocurre algo parecido, sentimos haber estado bloqueados, sin apenas oportunidades de progresar dentro o fuera. La frecuente congelación de contrataciones, de promociones y de subidas salariales han aumentado esta sensación de estancamiento.
Ante esta tesitura, una reacción comprensible y humana es la pendular, o sea, irse al otro extremo. La mejor manera de compensar el atasco pasado es acelerar a tope ahora que la carretera se despeja. Actuamos bajo una sensación de urgencia generada de forma inconsciente, a base de repetir un pensamiento de frustración y bloqueo que nos ha perseguido durante los duros meses de pandemia. Liberados de la opresión, aflora nuestra impaciencia y pueden venir los problemas. Guiados por ella, podemos asumir riesgos excesivos y tomar decisiones precipitadas. Mucho mejor que yo lo expresaba Franz Kafka, para quien “todos los errores humanos son fruto de la impaciencia, interrupción prematura de un proceso ordenado, obstáculo artificial levantado alrededor de una realidad artificial”.
Si tantos procesos y actividades se han retrasado como consecuencia de la pandemia, parece lógico que también se retrase el proceso que supone una carrera profesional, ¿no creen? Hace años escribí en estas mismas páginas mis ideas sobre los ciclos profesionales, esos periodos de tiempo en los que asumimos un mismo puesto, con un contenido similar y un ámbito de gestión y responsabilidades casi iguales. Estos periodos duran entre tres años en el comienzo de la carrera, y cinco años en la fase de consolidación. En condiciones normales, a partir de esos años la curva de aprendizaje comienza a descender, hasta que un cambio relevante la vuelve a impulsar hacia arriba -nuevo puesto, nuevas funciones, cambio de sector, de geografía, de empresa…-
Pero las condiciones en las que estamos distan mucho de ser normales. No pasa nada porque los ciclos profesionales se hayan alterado como consecuencia de la pandemia, alargándose en muchos casos. Si los planes de negocio se han retrasado, parece bastante lógico que se hayan retrasado también las oportunidades de carrera para quienes han de ponerlos en práctica. Es una pura consecuencia de sentido común. Así es que mi primer mensaje es: tranquilidad.
Además, el tiempo que hemos vivido ha supuesto para todos nosotros un notable aprendizaje. No ha sido tiempo tan perdido como algunos pueden pensar. Hemos experimentado y aprendido de lo lindo. Hemos estrechado el vínculo con nuestra amiga la tecnología, inseparable compañera. Hemos digitalizado muchos de nuestros procesos y los hemos convertido en más eficientes. Hemos aprendido a comunicarnos de otra forma y sabemos bien las ventajas e inconvenientes de trabajar en remoto de forma intensiva. Hemos conciliado nuestra vida personal y profesional como nunca lo hicimos.
Y también nos hemos humanizado mucho más, preocupado de verdad por la salud de nuestros compañeros y colaboradores. Hemos puesto las prioridades donde deben estar, en la salud y el bienestar como bases para la motivación y el rendimiento. Por tanto, mi segundo mensaje es que la curva de aprendizaje de cada profesional ha seguido subiendo durante este par de años. Aunque lo haya hecho de otra manera y por distintos motivos de los habituales, estos son igualmente enriquecedores desde el punto de vista integral.
No tenemos tantos motivos para caer en la tentación de la impaciencia. El crecimiento profesional es un proceso lento, que requiere años para su maduración y plenitud. Situaciones como las que hemos vivido -que siguen ahí, aunque menos amenazantes-, invitan a acelerar y a actuar por impulsos para no quedarse atrás. Hay que resistir la tentación, medir los tiempos con ponderación y no tomar decisiones precipitadas.
De momento, parece que no se acaba el mundo. Sé que aconsejar tener paciencia, mi tercer mensaje, no es algo demasiado popular en estos tiempos de la inmediatez. Pero tener paciencia no significa estar cruzados de brazos mientras la providencia elabora nuestro futuro. Se trata de aceptar activamente, en palabras del escritor Ray Davis, “el proceso necesario para obtener tus metas y sueños”.
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