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Hay personas que consiguen que otros se vayan detrás, como los ratones seguían al flautista de la leyenda de Hamelín. Las causas de que esto ocurra -variopintas y algo enigmáticas-, han ocasionado infinitos estudios e interpretaciones desde el mundo clásico hasta nuestros días. ¿Qué extraño magnetismo provoca en los demás quien demuestra capacidades de líder? ¿Por qué nos sentimos más o menos atraídos por quienes ejercen posiciones de liderazgo? ¿Qué cualidades son más determinantes para identificar a un líder?
Son múltiples y diversos los requisitos para llegar a ser un buen líder. Por citar algunos de ellos, hay que empezar por tener conocimientos –saber-, experiencias -haber hecho- y habilidades -saber hacer bien-. Hay que comportarse con arreglo a valores -integridad, honestidad, generosidad, justicia, bondad, etc.-. Hay que generar confianza e inspiración en los demás y conectar de forma inteligente con las emociones propias y ajenas. Todo esto es necesario, pero ¿qué hay de la personalidad? ¿Cuánto influyen los rasgos predominantes de la personalidad a la hora de predecir si alguien puede llegar a tener éxito como líder?
Todas estas cuestiones me parecieron siempre tan apasionantes que terminé por dedicarme a ellas, después de haber ejercido el liderazgo, que es la mejor manera de entender su verdadero significado. La experiencia propia, vital y ejecutiva, junto con metodologías cada vez más avanzadas, forman una estupenda combinación que proporciona los recursos necesarios para adentrarse en el fenómeno del liderazgo, tan complejo como fundamental para cualquier organización.
La personalidad consiste en un patrón de actitudes y comportamientos, de formas de pensar y sentir que caracterizan a una persona de manera estable a lo largo de su vida. Analizando la personalidad de alguien podemos intentar predecir cómo se manifestará ese patrón frente a determinadas situaciones. Los rasgos de personalidad nos definen e identifican, nos convierten en individuos singulares, únicos. Los psicólogos le atribuyen la capacidad de gobernar lo que pensamos, sentimos y hacemos, de ahí su enorme importancia.
La personalidad y el liderazgo
Existen determinados rasgos de la personalidad que permiten estimar un mayor potencial de liderazgo en quienes los poseen. Una de las metodologías más recientes de las que utilizamos en Leaderland, elaborada por Thomas International, define tales rasgos, que comentaré a continuación.
1. Auto exigencia. Se trata del rasgo más importante para predecir el liderazgo. Quienes más se exigen a sí mismos están auto motivados y orientados al logro de objetivos con tesón y perseverancia. Tienen disciplina y son organizados. También suelen ser exigentes con los demás.
2. Adaptación. Las personas adaptables son eficaces en diferentes entornos y saben desenvolverse en variadas situaciones. Manejan mejor el estrés y las emociones, son más calmadas frente a la presión, se relacionan bien y piensan en positivo.
3. Curiosidad. Un reciente estudio de una prestigiosa consultora de estrategia decía que la curiosidad era el rasgo de personalidad más importante para llegar lejos en la profesión. A quienes demuestran curiosidad les interesa lo que ignoran, les atrae lo nuevo, aprenden continuamente cosas diferentes y les gusta explorar más allá de lo convencional.
4. Enfoque al riesgo. A estas personas les apasionan los retos y enfrentan con valentía situaciones desconocidas que les pongan a prueba. Suelen tener iniciativa, ser proactivas y no se achantan fácilmente ante las teóricas dificultades.
5. Aceptación de la ambigüedad. Ya decía Kant que la inteligencia se mide según la cantidad de incertidumbre que se es capaz de soportar -algo fundamental en estos tiempos-. Significa tolerar las situaciones complejas o contradictorias y asumirlas como parte de las reglas de juego. E incluso, por qué no, valorar el encanto de lo incierto, el atractivo que supone que la vida nos sorprenda.
6. Competitividad. La vida es competencia y hay que hacerle frente desde muy joven. Una dosis adecuada de competitividad nos lleva a querer ganar y ser reconocidos por nuestros logros. La competitividad estimula el alto desempeño y sirve de acicate para superarnos, para mejorar.
Decía uno de mis jefes -gran líder de quien tanto aprendí-, que en el exceso de las fortalezas residen las debilidades. Pues en esto ocurre algo parecido. Un exceso en los rasgos mencionados puede acarrear consecuencias negativas, llevados al extremo. Pensemos en la competitividad excesiva, que se convierte en agresiva e insolidaria, letal para el trabajo en equipo. O en la auto exigencia máxima, que lleva a un perfeccionismo obsesivo y rígido, por ejemplo.
Algunos de estos rasgos vienen de serie, son parte de nuestro ADN y tienden a mantenerse invariables, como decíamos antes. El nivel de curiosidad o el de auto exigencia permanecen arraigados desde la niñez, son difíciles de modificar. En cambio, otros de estos rasgos pueden evolucionar algo más durante el desarrollo, a medida que crecemos profesionalmente, influidos por las situaciones y el entorno. Así pues, se puede aumentar la orientación al riesgo -siempre que la organización lo fomente-, elevar la tolerancia a la incertidumbre o moderar la competitividad excesiva, por ejemplo, mediante el aprendizaje con métodos como el feedback y el coaching.
Como decíamos en un apunte de liderazgo anterior, “La confluencia mágica”, el auto conocimiento es la base sobre la que sustentar nuestro desarrollo y nuestro éxito. En materia de liderazgo, comenzar por tener bien identificados nuestros rasgos de personalidad es un primer paso necesario. A partir de ahí, puede fijarse metas, si aspira a ser un buen líder.
No se empeñe en cambiar aquellos rasgos de personalidad que son consustanciales a su propia identidad. Pero sea consciente del impacto que producen sus comportamientos e intente cambiar los que sean necesarios. Para ello, contará con la ayuda impagable de su mejor aliada: la voluntad. Felices vacaciones y buena suerte.
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