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Vietnam, 1965. Un pinchadiscos de la radio, Adrian Cronauer, es enviado a Saigón para entretener a los soldados desplegados allí desde la emisora del ejército norteamericano. En contraste con sus aburridos antecesores, Cronauer es un provocador sarcástico y deslenguado, muy crítico con algunos políticos. Se ganó la simpatía y el aprecio de las tropas, a las que se dirigía cada día al grito de "¡buenos días, Vietnam!, aunque no tanto de sus jefes, que lo veían políticamente incorrecto. Es la sinopsis de una película dirigida por Barry Levinson en 1987, que ofrecía una visión de la guerra desde un prisma poco habitual.
La historia me venía a la cabeza en medio de algunas conversaciones mantenidas en los últimos días. Y es que, en el mundo empresarial, estamos en guerra. O, mejor dicho, seguimos estando en guerra, aunque por distintos motivos. Hasta hace bien poco hablábamos de la batalla por la excelencia, de la lucha por la calidad e incluso de la guerra por el talento. En sólo unos meses los objetivos de la estrategia bélica de nuestras organizaciones han cambiado drásticamente, de súbito. Es difícil escuchar a alguien que no hable de severos planes de reducción de costes, congelación de gastos e inversiones o disminución de plantillas. Lo prioritario consiste en accionar las palancas de emergencia, comenzando por soltar el mayor lastre posible, sin distinguir muy bien lo que lanzamos por la borda, con tal de aligerar peso. Todo lo que no sea reducir, recortar o eliminar es objeto de nula atención, no sólo por el tormentoso presente sino por un futuro que, como decía un amigo con humor, se presenta "impeorable".
Soy consciente de que la fuerza destructiva de mensajes como los anteriores eclipsa cualquier discurso que hable de construir.
Los directivos de recursos humanos son apremiados a liderar medidas de choque para reducir las plantillas y a jugar así uno de sus papeles más duros y difíciles, tan necesario como ingrato e indeseado.
Desde aquí, todo mi ánimo y reconocimiento. La profesionalidad y el compromiso se demuestran en situaciones como éstas. El respeto a la persona, la comunicación extrema y la sensibilidad social son elementos clave que diferencian claramente cómo se llevan a cabo estos procesos en unas organizaciones o en otras.
Pero además, hay que intentar que la moral de la tropa no decaiga demasiado. Hay que sacar fuerzas de flaqueza para hablar de futuro, de proyectos, de oportunidades, de ilusiones, a pesar de los pesares. Porque no debería ser contradictorio. Tan necesario es actuar en el presente como pensar en el futuro. Reducir el tamaño de las empresas es una necesidad de pura supervivencia en muchas ocasiones, aunque inevitablemente genere frustración.
Pero, descuidar, e incluso olvidar, el desarrollo de la organización y de sus profesionales por causa de la implantación de un plan de reducción de costes y plantilla es una irresponsabilidad.
Si queremos que la gente arrime el hombro más que nunca, será difícil que lo haga si percibe un mensaje subliminal de sálvese quien pueda, que el futuro no es más que una caprichosa quimera.
La próxima batalla se librará con armas que desconocemos, aunque seguro que necesitaremos cada vez más talento para manejarlas.
Piénselo, y aproveche ahora para cuidar, conservar o captar a los mejores guerreros.
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